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El odio moderno a la estética y la aversión hacia Dios - reflexiones personales

No es un secreto. La modernidad odia lo bello. Ve cosas bonitas, y se lamenta por el «despifarro» de dinero que se necesitó para hacerlas. Considera al brutalismo tan bello como al rococó. Cree que la manera de ser humilde es con la fealdad de los ornamentos. Y no dudo que esto sea parte del hombre intentando separarse de Dios, así como el resto de cosas de la sociedad moderna.

Para explicarlo, hay que entender que hay dos elementos en este odio, así como dos fases. En cuanto a sus dos fases, está el orden de la intención y el orden de la ejecución. El primero corresponde al primer elemento: el demonio, y el segundo al segundo elemento: los hombres. El demonio quiere separar a la humanidad de Dios y de la cristiandad, y busca qué medios usar para ese fin. Ese es el orden de la intención, en el que el fin precede a los medios. Después de esto, el demonio ejecuta esa intención por medio de los hombres, que usan los medios plantados por el demonio, y alcanzan así el fin que el demonio quiere. Ese es el orden de la ejecución de la voluntad opuesta al orden divino.

Parte I: el orden de la ejecución

1. Analicemos primero el orden de la ejecución, porque sé que a más de uno le parecerá escandaloso que yo diga que la intención del hombre moderno es odiar a Dios, cuando ese no parece ser el fin que conscientemente persiguen los artistas modernos. Justificaré esto primero, y cuando llegue al orden de la intención, ahí quedará más claro cómo es que se gesta ese desprecio a lo divino en la estética.

1.1. Hay que decir, primero que todo, que la exaltación en nuestro siglo de la fealdad artística es un concurso de un agente próximo (el hombre) y de un agente remoto (el demonio). El primero cumple la voluntad del segundo. Tiene también un fin mediato pero principal (separar a los hombres de Dios en todo lo posible) y una serie de fines inmediatos pero secundarios y subordinados al fin principal. Tales fines inmediatos pueden ser:

  • buscar una falsa humildad
  • buscar una falsa idea de una «iglesia pobre»
  • querer optimizar el presupuesto
  • no querer gastar inútilmente los recursos
  • deslindarse de lo perteneciente a los tiempos donde sí se apreciaba la verdadera estética artística.

No pretendo decir pues, que los arquitectos brutalistas quieran conscientemente echar a la Santísima Trinidad del corazón de la gente. Quiero decir, empero, que a eso eventualmente lleva, y que los fines que conscientemente buscan solo son un medio para eso. Hablemos, primero que todo, de la estética moderna como principio, y luego de los fines inmediatos de esta. Con esto creo que se hará más explícito.

La antiestética moderna en cuanto principio

1.1.1. Un principio es aquello de lo que surge otra cosa. La fe es principio de salvación, porque de la fe surgen el resto de elementos necesarios para salvarse. Los escolásticos tradicionalmente han dicho que en el principio se contiene virtualmente su conclusión. La implicación de esto es que si truncamos algún principio, y lo hacemos de algún modo defectuoso, ese principio llevará a alguna conclusión también defectuosa. Por eso se dice que en naturaleza caída, todo hombre concebido tiene débito de pecado: porque la semilla caída es de sí incapaz de producir a alguien en gracia, y tiene tal naturaleza que conforme va causando al hombre, termina en un humano caído, a no ser que Dios evite el natural devenir de esas causas. Esto el Cardenal Cayetano lo menciona de manera más bien concisa en uno de sus comentarios: «Como queda bastante claro al principio de un camino bifurcado: una ligera desviación lleva muy lejos» (Comentario al De ente et essentia, introducción, n. 1), así como Suárez en su Comentario a la tercera parte de Santo Tomás.

Quien ve lo bello, apetece en cierto modo a Dios, como explicaré más abajo cuando desarrolle el orden de la intención. Baste ahora con aceptar esa sentencia. La contemplación de lo hermoso es un principio del que la contemplación divina surge, y así, si metemos defectos en la primera, habrá defectos en la segunda. Si el defecto es lo suficientemente grande, el principio perderá su eficacia, y entonces la esencia divina se vuelve más difícil de apetecer en tal aspecto.

Tal como el apetito por buscar al Creador se sigue del apetito por la belleza, porque uno está contenido en el otro (tal como sucede en general con los principios), la falta de apetito por el verdadero arte contiene de cierto modo la falta de apetito por el Señor. Y en ese sentido se puede decir que ambas son una sola.

La antiestética moderna en cuanto sus fines inmediatos

1.1.2. Pero quizá para hacer más patente esta posición, convenga más dar un ejemplo concreto, en el que esta intención se manifestó de manera muy clara.

El demoniaco socialismo, en su intento de desligarse de lo más cercano a los tiempos donde había valores cristianos, intentó refundarlo todo. Los comunistas intentaron alejarse de la heráldica monárquica, y en su lugar crearon escudos con símbolos más pobres, y una total carencia de originalidad. De tal modo que, cuando vemos el escudo de cualquier estado socialista, rara vez veremos algo más que una hoz y martillo, unas plantas de trigo rodeando un campo circular, un paisaje, o una estrella roja. Todo para no tener nada que ver con los escudos clásicos, usados por los nobles de otrora. Se puede ver cómo en algún momento el odio a la jerarquía fue el fin de despreciar el arte tradicional, y sabemos por la Iglesia que eso lleva a odiar el orden divino.

Si quieren hagan el siguiente ejercicio. Vean el escudo de armas de la Rumanía comunista de Ceausescu, y compárenlo con el escudo de Corea del Norte. Vean el de la Bulgaria comunista, y luego el de la Hungría de la guerra fría. Casi todos los escudos de países comunistas históricos siguen exactamente el mismo patrón, solo que con pequeñas variaciones.


Mientras tanto, en la heráldica convencional, hay diferentes tradiciones de cómo hacer el blasón. La española tiene la forma, valga la redundancia, del escudo de España. Muchos de ustedes conocerán quizá el escudo de armas de los Papas anteriores, por ejemplo, de Pablo VI o León XIII. Notarán una forma distinta del blasón al de Francisco o Benedicto XVI. Esta diferencia se debe, tengo entendido, a la nación de donde provienen, porque es tradición italiana darle esa forma tan rara a los escudos. Pueden buscar como referencia, también, el escudo de Leticia Ortiz, la «reina» isabelina de España. Vean cómo el escudo es circular. Esto es muy propio de las mujeres.

Comparen ahora la corona heráldica de España y la de Francia. Una es azul, la otra roja. Una tiene una flor de lis arriba, la otra un orbe con una cruz. E incluso dentro de la heráldica española, pueden ver cómo hay distintas coronas dependiendo de qué tipo de noble sea. Algunas veces verán un manto, como en el escudo de la Francia borbónica, otras veces verán una plataforma donde se sostienen los soportes laterales del escudo. Hablando de soportes, hay una amplia variedad: en España, el blasón es sostenido por unos pilares que representan los de Hércules. En el Reino Unido, el escudo del rey es sostenido por un león coronado y un unicornio encadenado. El escudo del rey de Dinamarca tiene unos hombres, y Francia tradicionalmente tenía unos ángeles. Para no mencionar la variedad de figuras y colores en los escudos, que tenían además ciertas simbologías y reglas para aplicar.


¿Notan lo variada y rica que es la tradición heráldica de siempre? Pues bien, los comunistas desecharon semejante belleza, en favor de una simbología que se queda corta, para dar tintes más igualitarios.

Parte II: el orden de la intención

2. Para demostrar que el demonio inspira la aversión al arte verdadero, considero que basta basarse en dos premisas de conveniencia que, sin embargo, tienen mucha fuerza. Porque es de fe que el demonio controla el mundo, y es muy manifiesto que esto es especialmente cierto con la civilización moderna. Por el otro lado, es natural pensar que si hay algo que surge en lo profano en tiempos revolucionarios, y es eso opuesto a la Tradición, proviene del demonio, sea de manera consciente, o cuanto menos como una consecuencia de la revolución contra el orden divino. Y aunque no haya sido la intención original hacer que eso pasara, de todos modos, por ser conveniente a tan perverso fin, es algo que el demonio seguramente busca alimentar una vez surge. Dicho todo esto, quedará demostrado que el demonio está detrás de la antiestética, y que la apostasía colectiva es el fin que busca, con solo demostrar que ese es el destino de una sociedad antiestética.

Prueba I: la antiestética y la habituación a la lógica del pecador

«¡Antes morir que pecar!»
-Santo Domingo Savio.

2.1. Es doctrina tomista, hecha la oficial de la Iglesia por León XIII, que la voluntad racional humana está infaliblemente ordenada hacia buscar el bien (lo apetecible) en cuanto es apetecible. Eso quiere decir que toda acción humana, buena o mala, busca llenar ese vacío. La libertad consiste, por el otro lado, en que no se está en vida completamente seguro de qué medios usar para ese fin. La fe católica y la razón natural nos demuestran que Dios es esa bondad en sí, ese Último Fin sumamente apetecible, sumamente bueno, que todos queremos y podemos querer. Pero esto es una conclusión o bien sostenida por fe, o bien a la que se llega con la ciencia, y en ambos casos, es algo que tiene cierta oscuridad, porque ese Sumo Bien no es conocido por Sí mismo. Es nuestra noción algo oscura y analógica. En vida pues, siempre tendremos cierta incertidumbre. Aun si por medio de la Voluntad nos hacemos rectamente obrar según el principio de que Dios es el bien que infaliblemente y en todo momento buscamos, y de que el único medio para alcanzarlo es seguir la fe católica y practicarla.

Similarmente, el hombre puede pecar gracias a esta libertad, aunque esta libertad no consista en la capacidad de pecar. Porque el hombre cuando peca mortalmente, busca un bien aun a sabiendas de que es en detrimento de Dios: no conoce con certeza intuitiva su finalidad, ni tampoco los medios para llegar a ella. Vuelve a lo creado su último fin.

Una vez aclarado esto, apliquémoslo a la belleza. En sí mismo, el hombre no puede odiar la belleza, porque es algo que por definición siempre es apetecible. ¿Porque quién no ve algo que considera bello, y en ello se deleita, aunque por otras razones no desee aquella cosa? Cierto es, algunos consideran las vestimentas sacerdotales bellas como innecesariamente opulentas, e incluso ridículas. Pero el aspecto que de ello desprecian no es que sean bellas, si es que así las consideran. El aspecto es el costo, una percepción de que son un acto de soberbia, o cualquier otra cosa. Incluso si no quieren que aquella cosa bella exista, no lo hacen porque sea bella.

Y así, tal como el pecado mortal es elegir cualquier cosa como último fin, en detrimento de Dios, una persona puede despreciar lo bello buscando algún bien menor u objetivamente más irrelevante. Puede además disminuir su piedad, con tal de lograr esa inversión de bienes. 

Pero este razonamiento parece surgir de una premisa aún no demostrada, a saber, que la belleza es un bien mayor que los aparentes beneficios de renunciar a ella. Para defender esto, por ser tantos los bienes que se pueden apetecer, primero que todo es necesario matizar la naturaleza en común de estos (o, al menos, de los más argumentados), y en segundo lugar comprarla con la belleza.

Algunas aclaraciones

2.1.1. En primer lugar hay fines que se refieren a falsas virtudes, fines que parecerían referirse a un verdadero ejercicio de la materia de la virtud, y fines que se reducen a bienes terrenales de alguna forma u otra. Sobre estos terceros, me refiero no, por ejemplo, a decidir construir más hospitales aunque haya que sacrificar financiar el arte, porque circunstancias como la falta de dinero pueden hacer más prudente o conveniente priorizar lo útil o incluso el buen uso del capital a la belleza. Incluso en tales casos, se puede decir que la belleza es un bien elevado, y volverla meramente inalcanzable por bienes urgentes y más capaces de ser alcanzados  Aun más, se comprende que la vida es un bien más fundamental, y en el caso de los hospitales, está claro que ese bien fundamental se ve amenazado sin su existencia. No analizaremos esto desde ahí.

Me refiero, más bien, a priorizar intrínsecamente otros bienes sobre la belleza, volviendo la optimización o el presupuesto más importantes que la belleza siempre, y no meramente como más convenientes «hic et nunc». Lo que intento refutar es la predisposición a no hacer nada mínimamente artístico bajo diversas excusas, volviendo, por así decirlo, universal la priorización de otros bienes sobre la belleza. 

También existe en la modernidad la tendencia a llamar «bello» o «arte» a lo feo y carente de significado perceptible, con necesidad de una explicación forzada para poder apreciar sus mieles. Pero se sobreentiende que eso forma parte del ataque general que existe en la belleza. Y, por eso, queda suficientemente rechazado por este artículo. El simple hecho de que no mueva a los sentidos a admirarse es suficiente para quedar descartado como artístico. 

Hablemos primero, pues, de las conveniencias monetarias que existen en nunca hacer cosas que deleiten al alma.

Aparentes beneficios de la antiestética

2.1.1.1. Cuando hablamos de bienes terrenales, hay que saber matizar. La supervivencia es un bien mayor que percibir lo bello. Como diré más adelante, la belleza (por ser buena) dispone al hombre a conocer y buscar a Dios, y en ese sentido, la belleza es un bien más fundamental que los actos de virtud, no en cuanto que, si se tiene que elegir, se deba buscar contemplar lo bello antes que practicar las virtudes; sino en cuanto percibir lo bello en general es el fundamento de estas últimas, y como tal, si el hombre se desprende de la belleza en todo lo que puede, se indispone cada vez más a la consecución de su Último Fin. No se trata de priorizar la belleza en una disyunción exclusiva, sino de la fundamentalidad de la hermosura como medio coordinado con los actos de virtud. Y por más que conocer a Dios (aunque sea por la belleza) es más importante que sobrevivir, también es cierto que la razón de la superioridad de la belleza consiste en que es como un principio del que surge parcialmente la potencia de hacer sobrenaturales los actos de virtud en cuestión. Y si eso es cierto de la belleza, mucho más lo es de la vida, porque nadie puede ordenarse a lo sobrenatural sin la vida terrenal, según lo que dispuso Dios. Evidentemente, esto aplica para la cognoscibilidad de Dios como principio, no para la consecución de ser feliz con Él por el resto de la eternidad.

Pero cuando hablamos de los bienes relativos al dinero, sobra decir que no sucede lo mismo, porque el dinero no es necesario para conocer a Dios, e incluso lo que tiene de bueno (y como tal, lo que tiene de hacer cognoscible a Dios), lo tiene no por sí mismo, sino por los fines que puede alcanzar. Se descarta pues, que el hacer perceptible la belleza sea menos deseable que ahorrar dinero u optimizar costos, al menos que eso redunde en alguna limosna o necesidad material, e incluso en tales casos, como dije en el párrafo anterior, no se trata de algo intrínseco a la belleza el ser menos apetecible en ese aspecto. Si se puede hacer algo artístico, y no se prioriza sobre necesidades más específicas al estado y misión por parte de quien lo financia, se debe hacer. Incluso aunque se haga de una manera simple. 

Falsas ideas de lo que es virtuoso

2.1.1.2. Con respecto a las falsas virtudes está, en primer lugar, el igualitarismo comunista, que repugna que existan personas ya sea capaces de financiar obras muy ornamentadas y bien dispuestas, ya sea instituciones que alcancen esa cantidad de dinero fuera del Estado, como lo puede ser la Iglesia. Está además el falso concepto de humildad, que tácitamente hace ver como soberbia el utilizar tales prendas, o en su defecto como incentivos de soberbia para el hombre con propensión a la humildad. Esto va contra el Concilio de Trento, o bien contra el verdadero concepto de humildad (que cubre también a los ricos y a los que visten con la decencia relativa a su cargo), o ya sea contra todo lo que en este texto se demuestra a favor de la idea de que desprenderse de lo bello en todo (y sobre todo en lo sagrado y el arte) es el verdadero incentivo de impiedad. Por todo esto, y por no reflejar la verdadera doctrina de la Iglesia, ni siquiera es necesario para un católico leer una refutación particular a cada una.

Desviaciones de la verdadera virtud

2.1.1.3. Interesan más los medios relativos a la virtud verdadera, puesto que nadie duda que la virtud y sus efectos son los más elevados bienes a los que puede apuntar una persona. Fácilmente es demostrable esa asunción al saber que la felicidad del hombre radica en el ejercicio de la verdadera virtud. 

¿Pero cuáles virtudes son especialmente relevantes? Ejemplos podrían ser la pobreza evangélica o la limosna.

Mas incluso en estos casos, no parecería ser un auténtico ejercicio de estas virtudes, sino meramente, a lo mucho, un cumplimiento de su materia más básica, sin la forma que especifique ese acto como uno virtuoso. Que sea un ejercicio material de esas virtudes se puede conceder con mayor o menor certeza, porque en el caso de la humildad, en ningún momento se prescribe nada relativo a la vestimenta (salvo que sea explícitamente usada para soberbia, como sucedía con los fariseos), y menos aun para la litúrgica. Mientras tanto, el conventual que usa una casulla fea bajo el pretexto de la pobreza evangélica quizá se pueda excusar en eso, al cumplir con algo que sí que se encuentra de algún modo en el precepto (a saber, deslindarse de las riquezas). Quizá se pueda argumentar lo mismo con la modestia. Y, sin duda, lo mismo se puede decir con las limosnas, que sí que pueden relacionarse a deshacerse de lo bello: porque lo bello cuesta dinero, y el dinero usado para hacer arte se puede usar para dárselo a los pobres.

Contra el argumento de la limosna, es muy usado el pasaje de Judas Iscariote y el perfume (Juan XII, 1-8), pero yo quiero algo que también funcione para el ámbito secular. Podría yo argumentar que por más que sí se relacione a la pobreza evangélica, a la limosna o a cualquier otra virtud, de todos modos una cosa no implica que sea un legítimo ejercicio de esa virtud. Puesto que la pobreza evangélica se refiere a bienes personales y no a darle el debido honor a cargos, honor que para nada termina en la persona. Pero a mí me interesa dar argumentos más generales, que sirvan para la virtud en general.

Diré pues, que las virtudes solo son relevantes en cuanto se ordenan a lo que la voluntad en general desea: el bien en sí y la felicidad. La razón de esto es que la virtud precisamente lo que hace es alcanzarle ese bien al hombre, y es a ese fin al que el hombre está realmente ordenado. Pero la belleza dispone al hombre a Dios más básicamente (pero no con más eficacia) que la virtud, como argumentaré luego. Luego, la virtud, si de verdad quiere retener su fuerza, no debe entrar en contradicción con las bellas artes, que son el fundamento para que alcancen su debido fin. Por supuesto, se puede quizá alcanzar el fin de la felicidad natural sin necesidad de ordenarse explícitamente a uno mismo a Dios, pero se debe recordar que Dios es un fin más necesario que la felicidad natural, por ser lo sobrenatural más excelente.

Prueba II: la antiestética contra la legítima deleitación de los sentidos

Antes y ahora de la Iglesia del Santísimo Nombre de Jesús, Brooklyn, Nueva York.
Cortesía: New Liturgical Movement

2.2. Dirás: «el deleite de los sentidos no es algo más noble que todos los bienes propuestos». En primer lugar, porque en muchas ocasiones es la causa moral de que se realice el pecado, puesto que es este deleite el que busca el hombre al pecar. Y, aun más, es este el que tienta a hombres que de otro modo no querrían pecar en ese momento. Luego, el deleite de los sentidos parece ser un fin lejano a la nobleza, y como tal, no más deseable que el ahorro de recursos, que se puede fácilmente usar para un buen fin.

En segundo lugar, porque la deleitación de los sentidos ni siquiera parecería pertenecer a la perfección de la voluntad, cosa que sí que sucede con la limosna. Luego, no puede ser más deseable que lo que sí que perfecciona a la voluntad racional.

En tercer lugar, porque esta deleitación no es sino un medio indiferente, que puede usarse tanto para bien como para mal; mientras las obras de limosna son un medio virtuoso y como tal, deseables por sí mismas. Pero los medios indiferentes son bienes menores que los fines de sí buenos. Luego, no acostumbra a la lógica del pecador el acostumbrar el alma a alejarse de la belleza bajo la excusa de usar ese dinero en la limosna, puesto que es en verdad un bien mayor. La premisa mayor parece ser clara, porque la virtud de sí produce cuanto menos felicidad natural, mientras el contemplar la belleza puede ser en detrimento tanto de la felicidad natural como la consecución de la sobrenatural.

2.2.1. Pero ante el tercer argumento, yo distingo la premisa menor, porque aunque por sí misma la deleitación es un bien menor, de todos modos no lo es cuando se utiliza como medio para alcanzar el mayor fin habido: la bienaventuranza. Efectivamente, las obras de limosna son de sí buenas, al menos de manera natural; pero para que la limosna pueda alcanzar la bienaventuranza, que sin duda es un bien mayor a la felicidad natural, se necesita la caridad infundida por la gracia santificante. Y no es posible que el hombre obtenga esa caridad sin una aceptación cuanto menos implícita del Evangelio, que solo es posible cuando se tiene una noción cuanto menos difusa de Dios. Y Dios no puede ser conocido sino mediante sus efectos, uno de ellos siendo la belleza. Luego, siendo que la belleza ordena a conocer lo necesario para la bienaventuranza, es más importante que las obras de limosna, no porque sea un acto más (o del todo) virtuoso la pasión de percibir algo bello, sino porque es un preámbbulo necesario para que el hombre trascienda de la felicidad meramente natural. Se entiende pues, que es un bien más básico, porque de ese conocimiento surge luego la aceptación de la caridad, y posteriormente los méritos sobrenaturales. Pero no es un bien más eficaz, porque el solo contemplar la belleza no lleva a merecer el cielo, mientras el ejercer la virtud en estado de gracia sí lo hace.

2.2.2. Ante la segunda objeción, respondo que es cierto que la deleitación de los sentidos en sí misma no aporta a la perfección moral del alma. Pero nuevamente, tal cosa no la aplico cuando se trata del ordenamiento a Dios. Cuando de ello se trata, es totalmente cierto lo que dice Santo Tomás: es bueno que el alma desee hacer el bien no solo con la voluntad racional, sino además con las pasiones. Y ciertamente, mientras más partes del alma se dispongan al bien, más facilidad habrá para realizarlo y perfeccionarse.

2.2.3. Ante el primer argumento, concedo que es cierto que la belleza puede ordenarse al pecado, pero digo que es de manera accidental, y que tal cosa no depende de la belleza por sí misma. Se debe distinguir (1) la belleza priorizada a otros bienes de (2) la belleza antepuesta a Dios por el pecador. Lo que aquí intento defender es que la belleza es un mayor bien que lo que pretenden priorizar los argumentos modernos, no que deba priorizarse ante Dios. Pero en dado caso, esta priorización surge de la concupiscencia, y es fácil ver el motivo cuando hablamos de las miradas lujuriosas.

Porque es cierto que es la belleza de una mujer la que mueve al hombre a mirar impuramente, y dado que las miradas impuras dan cabida a todo lo demás, según enseña la espiritualidad de los santos al hablar de la lujuria, en ese sentido la belleza dispone al hombre a pecar. Pero esto no es más que la voluntad sensible y caída «razonando» que la belleza es algo deseable en una persona al fornicar, para luego desear buscar esa pareja. No redunda realmente en la belleza la malicia de ese pecado, sino en lo segundo: en el deseo de obtener los placeres sexuales. Como tal, si bien es cierto el que peca prioriza la belleza en cierto modo, de todos modos más principalmente prioriza el bien físico del placer.

E incluso si esta explicación no sirviese, de todos modos mi punto no es que el demonio quiera alejar al ser humano de los bienes particulares que se pueden buscar al pecar, cosa que sería imposible. Más bien, busca el demonio que el amor por ese bien considerado de manera general disminuya lo más que es posible. Eso no es en perjuicio de que algunas veces pueda usarlo para tentar.

2.2.4. De todo esto se colige que la deleitación de los sentidos en la belleza sí que suele ser algo en cierto sentido más apetecible que el usar el dinero en las limosnas, en cuanto es un principio que dispone a obtener la recompensa más importante que puede dar un acto de virtud, y en cuanto la deleitación de los sentidos solo es ocasión de pecado cuando se dirige a otro fin adicional. Sin embargo, en cuanto hablamos de la persona que contempla el bien y busca lo contemplado con la ayuda de la gracia, es algo más deseable hacer la limosna en estado de gracia para obtener el cielo. Piénsese, más que en una elección entre ambas, en una abriéndole paso a la otra. Tal como la Maternidad Divina de Nuestra Señora considerada en Sí misma (en cuanto a una simple consanguineidad física) es menos deseable que la virtud, (como expone Suárez de las palabras de Lucas XI, 27-28), pero considerada en cuanto el principio de las gracias que es, es más deseable, por abrir la puerta a virtudes más excelentes.que   

No obsta tampoco que el católico ya conozca de manera explícita a Dios mediante la fe católica, porque de todos modos lo bello ayuda a disponer de alguna manera (grande o pequeña) al alma a desear a Dios, por ser Dios apetecido por las buenas formas habidas en la tierra. Y, en fin, de todo lo que se ha dicho se sigue que, porque la indiferencia de los medios y la existencia de cierta ignorancia al Último Fin son la causa del pecado, mientras más dispuesta esté el alma a conocer a Dios, más se aleja de pecar. Cuando se trata de ser una manera para excitar la virtud, más vale mover a toda el alma a desear a Dios, que simplemente llamarla a obrar virtuosamente sin ningún incentivo sensible.

Dicho todo esto, desarrollaré inmediatamente esta idea.

Prueba III: la estética y el amor a Dios como Último Fin

2.3. Repetiré ahora, someramente, el hecho de que Dios es lo más apetecible que puede encontrar el ser humano porque en Él están contenidas, de manera eminente, todas las cosas que el hombre desea en la tierra. Siendo una de ellas la belleza, no es de extrañar que el hombre se disponga a conocer a Dios por medio de la belleza. Y se confirma esto con el hecho de que el hombre no solo desea a Dios necesariamente por ser el Sumo Bien, sino que además lo conoce solo por medio de los bienes que percibe en la tierra. Y eso es doctrina catoliquísima: que los humanos  en la tierra solo conocemos a Dios de manera analógica, en cuanto es de esos bienes que podemos conocer la existencia de una Suma Belleza, Suma Sabiduría, Suma Inteligencia y Suma Vida.

Añado que es un principio muy evidente que las perfecciones de los efectos deben encontrarse en la causa cuanto menos de manera virtual. Mismo sucede con la belleza. Pero Dios contiene todas las perfecciones de una manera más que virtual: las contiene de una manera eminente. Y si el ser humano puede conocer muchas perfecciones de Dios con la sola razón natural, es por estos dos principios: sabiendo que de algún modo Dios debe ser bello y tener vida, y además quitándole toda imperfección, sumándole luego un grado infinito. Y así, el hombre solo puede disponerse a Dios en cuanto ve lo bello, o alguna otra perfección. Y mientras menos contemple lo bueno, menos dispuesto está a contemplar el bien como tal, que solo puede provenir de Dios, razón por la que se le apetece.

Prueba IV: la antiestética no existe en los casos convenientes para el demonio

2.4. Añado que quizá hay cierto grado de verdad en la objeción de la concupiscencia, porque la belleza en cierto modo puede relacionarse a los deseos de la carne. Mas esto da cierto grado de conveniencia al caso que intento presentar, porque da indicios de la procedencia demoniaca el hecho de que la sociedad moderna solo valore la belleza cuando el demonio así lo necesita. Es decir, en el caso de la sensualidad.

Prueba V: motivos que confirman esta posición

2.5. Si todavía no convence esta explicación, busque el lector combinarla con los otros bienes que la sociedad desprecia hoy en día. Empiécese con el odio a la templanza, que se da con el amor a la sensualidad y al hedonismo de nuestros días. Sígase con el odio a la misericordia, que justifican tantos jóvenes cuando hablan de que hay que normalizar odiar y guardar rencor. Compleméntese con el odio a la limosna, que surge de la normalización de los matrimonios convenencieros, el clasismo y la avaricia de una generación que quiere endiosar al dinero de manera muy explícita.

En todos esos casos, se ve cómo el mundo quiere sustituir a su último fin con bienes menores. Con la templanza, el placer; con la misericordia, la satisfacción de ver el mal ajeno; con la caridad, el odio; con la limosna, los bienes materiales. Lentamente, se busca eliminar lo bueno, y acostumbrarnos a la priorización del bien menor. Estos casos son muy evidentes, porque se tratan de desórdenes morales que han sido explícitamente condenados por Dios y la Iglesia. Pero nos preguntamos: si sabemos de manera muy explícita que el demonio quiere sustituir a Dios en todo lo que pueda, ¿por qué no sustituiría a Dios también en cuanto es bello?

Parte III y final: algunas otras consideraciones

3. Si el hombre supiera que la contemplación de los misterios con los sentidos lo elevan a entenderlos mejor y apreciarlos de mayor manera, sabe el demonio que su trabajo corre peligro. No parece sorprender tampoco por qué hay jóvenes (como el video que todos conocemos de Dama G) que se victimizan tanto por haber visto imágenes de Jesucristo sufriente, o a la Virgen con un corazón lleno de espadas. No sorprende por qué los sacerdotes católicos más afines al mundo han quitado el crucifijo, remplazándolo contra toda norma litúrgica por simples cruces, o intentando hacerlos más «sensibles».

El remover la penitencia en los términos usados en la liturgia, el hablar cada vez menos del sufrimiento de Cristo y Su madre (excepto cuando se trata de hacernos ver que Dios empatiza con el nuestro), todo contribuye de alguna manera u otra a que no estemos más cerca de contemplar lo que sucedió. ¿O acaso creen es coincidencia que los santos nos quieran hacer reflexionar sobre todo lo que pasó Cristo? ¿Es coincidencia que el Via Crucis sea tan promovido por la Santa Iglesia? ¡En absoluto! Los sentidos importan. No somos gnósticos. Creemos que NO hay que consentir lo que quiere nuestra carne en todo, pero también creemos que hay algo bueno en la carne, porque no somos tampoco protestantes. Creemos que la carne, tal como tiende a ser enemiga, puede ser en parte domada para ayudarnos a servir a Dios, de tal modo que toda nuestra alma Lo glorifique en la mayor cantidad de cosas posibles (porque nuestras desviaciones del pecado original no permiten más en esta vida).

De estas dos cosas se sigue que es noble quien se inclina amar a Dios inclusive con sus sentidos, mientras es cuanto menos imperfecto quien buscar sustituir la belleza con algo más.

Sépase, pues, que quien ama la belleza es, en esa cuestión, contrarrevolucionario. Y a la inversa: quien justifica el arte moderno, que es ateo, feo y sin alma, aunque no lo sepa, colabora con la Revolución. Hay cosas más grandes contra las cuales luchar, por supuesto. Conforme más repugnen a Cristo, más las debemos odiar. Pero cuando hablamos de la religión católica, esta nunca admite puntos medios. O se es católico, o no se es nada. O se desprecia todo lo que es del mundo, o se es parte de él, aunque sea inconscientemente.

Empecemos a amar la belleza como católicos, y a exigir que el arte sea verdadero arte. Porque si necesitamos una justificación de un párrafo para «saber» por qué un edificio o cuadro es bello, ha fracasado como arte. Si se necesita explicar por qué algo es bello para que lo veamos de tal manera, sencillamente no es bello. No sirve. La belleza, se supone, es intuitiva. No debería necesitar de que alguien explique una obra con rebuscados simbolismos para que se pueda constituir como tal.

Oye, hija, y mira e inclina tu oreja, olvida tu pueblo, y la casa de tu padre. Y codicará el Rey tu belleza, porque Él es el Señor Dios tuyo, y Le adorarán.
-Salmo XLIV, 11-12

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