¿Postrarme ante una imagen es idolatría? San Francisco de Sales te explica cómo sabemos que no lo es.
En esta entrada, reproducimos textualmente la argumentación de San Francisco de Sales (Defensa del estandarte de la Cruz, libro IV, cap. VI, pp. 257-260 de la edición adjuntada) de por qué la idolatría, más que de los signos externos, consiste en un acto de la voluntad que en los honores externos que se le decida dar al objeto venerado. Añadimos, además, algunas notas, mayoritariamente mostrando los versículos a los que hace referencia. Las notas que nosotros añadimos se pueden ver al final de la entrada. Mientras tanto, las notas contenidas en el libro se pueden ver entre corchetes cuadrados, añadiéndosele «N. del T.» (nota del traductor) en toda nota que no sea un versículo bíblico. Asimismo, agregamos en las notas puestas por nosotros «nota aclaratoria» para señalar que la nota correspondiente no es un versículo, sino una puntualización que consideramos prudente añadir. Finalmente, advertimos que hemos hecho un par de correcciones estilísticas tanto al texto de San Francisco como a los versículos bíblicos en las notas. En esas correcciones, cambiamos algunas grafías arcaicas, añadimos un par de mayúsculas, añadimos o quitamos aquesta o aquella coma, etcétera.
Los instamos, con bastante insistencia, a revisar la nota (2), pues muchas veces se hablará de «adoración» para referirse a mostrar cualquier tipo de respeto. En la modernidad, tal cosa puede sonar extraña y escandalosa, pero en verdad es un uso antiquísimo de la palabra, que no implica en absoluto idolatría.
Empiécese, pues, con el texto del Santo Doctor.
Capítulo VI: Que la diferencia de honores o adoraciones estriba en la acción de la voluntad
Toda vez que la verdadera y propia esencia de la adoración reside en la voluntad y no en la demostración exterior, pura y simplemente según la acción de la voluntad, y no según el entendimiento ni conforme a las reverencias exteriores, debe estimarse la magnitud o pequeñez de las adoraciones y las peculiares diferencias de las mismas.
Asimismo, vemos en las Sagradas Letras [I Crónicas XXIX, 20](1) que «bendijo toda la congregación al Señor Dios de sus padres, y se postraron y adoraron a Dios, y después al Rey»(2; nota aclaratoria). Hacen indudablemente dos adoraciones: la una a Dios, la otra al Rey, y muy diferentes, y con todo, no hacen más que una inclinación exterior; así que de la igualdad de la sumisión exterior no se sigue la igualdad de honor o adoración. Inclinado y prosternándose adoró siete veces el Patriarca Jacob a su hermano mayor Esaú [Génesis XXXIII, 3](3); prosternados adoraron a José sus hermanos [Génesis XLIII, 26-28](4); postróse en el suelo la mujer tecuitana ante David adorándole [II Samuel XIV, 4](5); saliendo al encuentro de Eliseo los hijos de los Profetas le adoraron prosternados [II Reyes II, 15](6); se arrojó a los pies de Eliseo [N. del T.: Giezi, en vez de Eliseo, pone la primera edición y todas las posteriores] la sunamita [II Reyes IV, 27.37](7), y Judit adoró a Holofernes prosternándose [Judit X, 20](8)(9; nota aclaratoria). ¿Qué más pudieran hacer tocante a lo exterior aquellas santas almas para la adoración de Dios? No se ha de juzgar, pues, la adoración según las acciones y demostraciones exteriores. Jacob se prosterna igualmente ante Dios y ante su hermano; mas la diferente intención que le mueve a estas postraciones e inclinaciones, hace la adoración que, prosternándose, rinde a Dios, enteramente diferente de la que a su hermano tributa. No tiene tantos pliegues y posturas como el alma el cuerpo; no hay sumisión más humilde que prosternarse ante alguno en tierra; pero el alma tiene un sinnúmero de ellas mayores. De suerte que nos vemos obligados a usar de las genuflexiones, reverencias y postraciones corporales lo mismo para el soberano honor de Dios que para el inferior de las criaturas; y nos servimos de ellas como de fichas, que ya representan diez, ya ciento, ya mil, quedando a la voluntad el atribuir diverso valor a estos signos y maneras exteriores, por diversidad de intención con que las preceptúa a nuestro cuerpo. Y no hay, por ventura, acción exterior alguna, por humilde que sea, que, hecha con bien ordenada intención, no pueda emplearse en honor de las criaturas, excepto únicamente el sacrificio con las cosas que principal y necesariamente le pertenecen, el cual a solo Dios puede dirigirse en reconocimiento de Su soberano Señorío; porque ¿a quién se ha oído nunca decir: —Te ofrezco este sacrificio, oh, Pedro; oh, Pablo?
Fuera de esto es adaptable a la reverencia de las criaturas todo lo exterior, si bien no pretendemos comprender en esta expresión las palabras, entre las cuales hay muchas que solo a Dios pueden aplicarse.
Poniendo el tratador, como todos los cismáticos contemporáneos, la esencia de la adoración en la genuflexión y otras acciones exteriores, vese, a consecuencia de eso, obligado a decir que allí donde hay igual inclinación o reverencia exterior, hay también igual adoración. Conviéneles eso para embaucar a las gentes del pueblo; pero ¿qué podría responderme si yo le hiciese la siguiente pregunta: Está la Magdalena a los pies de Nuestro Señor y Los lava [Lucas VII, 38](10); está Nuestro Señor a los pies de San Pedro y los lava [Juan XIII, 6](11): la acción de la Magdalena es una humildísima adoración; ahora sírvase decirme, amigo mío, señor tratador, la acción de Nuestro Señor, ¿qué fue? Si, como es claro, no fue adoración, resulta, contra lo que nos habiáis dicho, que inclinarse, hacer reverencias y doblar la rodilla no es adorar. Otrosí: luego resulta que una misma acción puede hacerse ya por adoración, ya sin adoración, y que, por lo tanto, no podría deducirse la igualdad de adoraciones de la igualdad de actos eternos, ni tampoco la diferencia. Si la acción de Nuestro Señor fue adoración, lo mismo que la de la Magdalena (y hombre sois vos para intentar sostenerlo, especialmente si de repente le toma un poco la cólera), deduciríase que adoró las criaturas, ¿por qué, pues, os oponéis a que otro tanto hiciésemos nosotros?
En realidad, poner la esencia y diferencias de la adoración en acciones eteriores es querer enmendar la plana a Nuestro Señor, que la puso en el Espíritu [Juan IV, 23](12); y aun también al diablo, el cual no se contentó con proponerlo a Jesucristo que se inclinase ante él, sino pretendió que inclinándose le adorase: —Todas estas cosas —dijo— te daré si prosternándote me adorares. No le importa lo del inclinarse y prosternarse si no va acompañad de adoración. ¡Oh, reforma! ¿Quieres saber más que tu maestro? Al responder el nuestro al tuyo para mostrar el honor debido a Dios, no dijo, tú te inclinarás, ya que el inclinarse es una acción puramente indiferente, sino que dijo solo: —Al Señor, tu Dios, adorarás—. Y porque la adoración no es aún del todo propia y únicamente aplicable al honor de Dios, sino que puede, además, emplearse respecto a las criaturas(2; nota aclaratoria), añade a la adoración la frase de latría Y a él solo servirás (N. del T.: Véase el manuscrito). “Así que no dice, a solo [La palabra solo, esencial para el argumento de San Agustín, la omitió la edición de 1652 y todas las posteriores] el Señor tu Dios adorarás, sino precisamente a Él solo servirás, donde el griego emplea la voz de latría”. Observación es esta del gran San Agustín, epresamente consignada en sus Cuestiones sobre el Génesis [Cuestiones sobre el heptateuco, libro I, q. 61](13). Puede adorarse alguna cosa que no sea Dios, pero no puede tributarse a nadie más que a Dios el servicio llamado con voz griega de latría(2; nota aclaratoria).
Notas de la entrada del blog
(1) «Y dijo David a toda la congregación : Bendecid al Señor Dios nuestro. Y toda la congregación bendijo al Señor Dios de sus padres: y se postraron, y adoraron a Dios , y después al Rey» (Biblia de Scio, tomo V, p. 140).
(2) Aclaración: Nótese que «adorar», en lenguaje clásico, se refiere a todo tipo de veneración o respeto. Evidencia del uso de esta palabra es la traducción española del Denzinger, donde se puede ver que se distingue la «adoración» que se debe solo a Dios de la «adoración» que se le debe a las imágenes:
Porque cuanto con más frecuencia son contemplados por medio de su representación en la imagen, tanto más se mueven los que estas miran al recuerdo y deseo de los originales y a tributarles el saludo y adoración de honor, no ciertamente la latría verdadera que según nuestra fe solo conviene a la naturaleza divina... (Concilio de Nicea II, sesión VII: Denz.: 601).
En la misma Biblia de Scio, se puede ver la siguiente nota al pie de página en el versículo de Crónicas:
[Adoraron a] Dios con el culto que le es debido, y al Rey inclinándose para hacerle un obsequio meramente civil (Biblia de Scio, ibid.).
En su Defensio Fidei (libro II, capítulo VII, n. 4, p. 245 del PDF), Francsico Suárez da testimonio también del uso de la palabra «adoración» para referirse a cualquier tipo de culto. Asegura Suárez que, sin embargo, se evita hablar de «adoración» a los santos para evitar el escándalo de hacer pensar que a los santos se les debe el mismo tipo de culto que a Dios. De ahí que se hable de «adorar» a Dios y «venerar» a los santos:
Porque aun el mismo término adoración es general y admite distintos grados o especies.
Hay una que se presta en señal de una excelencia suprema e increada: se llama latría y a veces se la significa con el simple nombre de adoración.
Otra hay que se presta para indicar una excelencia menor: a veces en la Escritura la palabra adorar se emplea en este sentido, como en [1 Samuel XXIV, 9] y [1 Samuel XXV, 23], y [I Reyes I, 16.31], y muchas veces en otros pasajes.
De la misma manera los teólogos distinguen una adoración menor —que adaptando los nombres llaman dulía— de la suprema adoración de latría: el culto debido a la Virgen lo colocan bajo la primera, pero con una excelencia y perfección particular, y la llaman hiperdulía.
Tal vez estas palabras no habrán de agradarle al rey [de Inglaterra], pero no vamos a luchar por ellas con tal que no le desagrade la cosa misma y que con el término venerar demos a entender no un honor cualquiera sino el que se le presta a la Virgen con la debida estima y sumisión del espíritu en señal de una singular excelencia y santidad. Con razón dijo San Agustín: Con tal que se entienda lo que se debe entender, no hay que preocuparse mucho del nombre.
Pues bien, nosotros confesamos que a la Santísima Virgen se la debe venerar con este espíritu, y para no ofender a ningún débil en la fe, no empleamos el término adorar.
Para más ejemplos de uso de esta palabra, véase el Diccionario histórico de la lengua española (Adorar, n. 3), donde se define la adoración también como «Reverenciar, apreciar, honrar, respetar a alguien», y se dan ejemplos de su uso.
(3) «Y él adelantándose, adoró siete veces encorvado hacia tierra, hasta que se acercase su hermano» (Biblia de Scio, tomo I, pp. 200-201).
(4) «José pues, entró en su casa, y ofreciéronle los presentes, teniéndolos en sus manos: y adorándonle inclinados a tierra. Mas él, después de haberlos resaludado con afabilidad, preguntoles, diciendo: ¿Por ventura está bueno vuestro padre anciano, de quien me hablasteis? ¿Vive todavía?» (Biblia de Scio, tomo I, p. 262).
(5) «Y así, habiendo entrado al Rey, la mujer tecuita postrose en tierra delante de él, y le adoró, y dijo: Oh, Rey, sálvame» (Biblia de Scio, tomo IV, p. 240).
(6) «Y viéndolo los hijos de los Profetas, que estaban en Jericó de la otra parte, dijeron: El espíritu de Elías reposó sobre Eliseo. Y vinienedo a su encuentro, le veneraron inclinados hasta la tierra» (Biblia de Scio, tomo IV, pp. 475).
(7) «Y como hubiese llegado al monte al varón de Dios, asió de sus pies: y llegóse Giezi para apartarla. Y díjole el hombre de Dios: Déjala, porque su alma se halla en amargura, y el Señor me lo ha encubierto, y no me lo ha manifestado. [...] Llegó ella, y arrojose a sus pies, y le veneró postrada en tierra, y tomó su hijo, y se salió» (Biblia de Scio, tomo IV, pp. 488-489).
(8) «Y habiendo dirigido la vista al rostro de él, le adoró, postrándose en tierra. Y la levantaron los siervos de Holofernes, mandándolo su señor» (Biblia de Scio, tomo V, pp. 505-506).
(9) Aclaración: En el texto, se cita a Judit X, 20. En algunas Biblias, puede aparecer en el versículo 23. La Biblia que nosotros usamos, la de Scio, lo ubica en el versículo 20.
(10) «Y poniéndose a Sus pies en pos de Él, comenzó a regarle con lágrimas los pies, y Los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y Le besaba los pies, y Los ungía con ungüento» (Biblia de Scio, tomo XII en total o I del Nuevo Testamento, p. 361).
(11) «Vino pues a Simón Pedro. Y Pedro le dice: ¿Señor, Tú me lavas a mí los pies?» (Biblia de Scio, tomo XIII en total o II del Nuevo Testamento, p. 104).
(12) «Mas viene la hora, y ahora es cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Biblia de Scio, tomo XIII en total o II del Nuevo Testamento, pp. 29-30).
(13) «Para responder al problema hay que tener en cuenta que en ese precepto no se dice: Solamente adorarás al Señor tu Dios, como sí se dice: Y a él solo servirás, palabra que en griego corresponde a latreúseis. Porque tal servidumbre sólo se debe dar a Dios. Por eso se condena a los idólatras, es decir, a los que dan a los ídolos el tipo de servidumbre que se debe a Dios. Y no debe causarnos problema el hecho de que en otro pasaje de la Escritura un ángel prohíbe a un hombre que le adore y le advierte que es al Señor a quien hay que adorar57. En efecto, el ángel se había manifestado de tal modo que podría ser adorado como un Dios, y por eso tuvo que ser amonestado el adorador» (San Agustín. Citación provista arriba).
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